miércoles, 18 de agosto de 2010

Comida, atención y uno mismo


Cada uno de nosotros debería practicar el amor incondicional consigo mismo en cada comida, ingiriendo alimentos puros y saludables (y con “puros” no me refiero a que estén tan refinados que no quede nada bueno en ellos). Asimismo, deberíamos comer sólo lo necesario para mantener una buena salud. A veces olvidamos que la finalidad de alimentarse es conservar el cuerpo en buen funcionamiento. Cuando uno realiza una dieta de subsistencia, como hace mucha gente en otras partes del mundo, comprende esto bastante bien, pero en occidente no resulta tan obvio.
No deberíamos usar los alimentos para tratar de satisfacer otras necesidades, ni comerlos de manera compulsiva o neurótica.

Por el otro lado aquellos que practican el Budismo o simplemente la meditación, deberían comer tranquilos y en silencio. Ahora se llevan mucho las comidas de negocios, durante las cuales la gente trata de arreglar algún convenio y alimentarse al mismo tiempo. Es una conducta demasiado poco civilizada. La comida debería hacerse en silencio, en paz, casi como una meditación. Comer en un restaurante o en un café, donde hay ruido, alboroto y conversaciones en voz alta, no es algo bueno para una persona que trabaja para desarrollar sensibilidad y concentración. Uno debería comer manteniendo una atención consciente, concentrado en lo que está haciendo y nunca leyendo un periódico o mientras se discute con alguien.

Para poner un ejemplo de lo que es la atención consciente, basta con la ceremonia del té de los japoneses. Un pequeño grupo de invitados se reúne en un rincón, quizá dentro de una cabañita rústica del jardín y se sientan en silencio alrededor de una estufilla de carbón. Pendientes de cada movimiento, del sonido del agua hirviendo en la tetera o de su respiración, logran dejar atrás temores, enojos, preocupaciones... y consiguen así permanecer en el momento presente concentrándose únicamente en la belleza sutil de todo cuanto les rodea. Entonces, lentamente, con movimientos suaves y delicados, la anfitriona vierte el té en la taza y se la van pasando los invitados, admirando la forma, colores, decoración del recipiente y absorbiendo y saboreando la bebida en completo silencio, sentados juntos y en paz, compartiendo la cotidiana actividad de tomar el té.
Esta ceremonia muestra hasta qué grado de perfección pueden llevarse, incluso, las actividades cotidianas si se realizan con atención consciente.

Se podría decir (aunque esta afirmación pueda prestarse a malos entendidos) que es mejor comer un bistec encebollado con atención consciente que ingerir hamburguesas vegetarianas de manera distraída. Incluso una actividad tan común como la comida, puede efectuarse como si fuera todo un arte. Si comiéramos y bebiéramos con atención consciente cada día, año tras año, podríamos ganar mucho en el aspecto espiritual, casi tanto como si lleváramos una práctica regular de meditación.

Texto publicado en la web buddhachannel.tv